ARTICULO

Un milagro inesperado

Autor: Dr. Ángel Romero Cárdenas

Fue necesaria la confluencia cósmica del Aire, del Agua y del Fuego para que el árbol perdiera una rama. Esa tarde los vientos del Sur soplaron como nunca; la tempestad fue ciclónica y se desató una tormenta eléctrica. La furia de los elementos se ensañó con el Eucalipto, árbol maduro que a fuerza de tanto vivir ha visto a sus hojas brotar, florecer y morir… infinidad de veces. Ha resistido todas las inclemencias del tiempo. Pero hoy, precisamente hoy, la fuerza de la naturaleza fue excesivamente poderosa y una rama principal le ha sido desprendida de tajo, le ha sido cercenada…, le ha sido arrancada.

Se trata de una rama tan grande que la herida es también muy grande. Es una herida con contornos irregulares y caprichosos, es una herida larga y elíptica, le corre de arriba hacia abajo y expone las entrañas del fuerte tronco del Eucalipto; el árbol sangra su savia a través de ella. Se le ha desgarrado una rama principal, pero… no se ha acabado su vida. Tener un pie en la Tierra –el cuarto elemento– lo hizo sobrevivir. Seguramente esta pérdida traerá como consecuencia alguna ganancia inesperada… El tiempo, que todo lo cura, lo dirá… Por cierto: de la rama desprendida…, no sabemos nada…

Una noche, Consuelo pasaba cerca del Eucalipto…, algo capturó su atención. La forma en que la luz de la luna llena incidía sobre la cicatriz que el árbol soporta en su tronco producía reflejos tan brillantes, tan luminosos y resplandecientes, que se le reveló el milagro… Ahí estaba “Ella”, no cabía la menor duda: era un milagro. La mismísima madre del hijo de Dios estaba ahí…, ahí se estaba manifestando. Se había plasmado en la herida del árbol. Con gran facilidad se podían reconocer su aura brillante, su vestido azul bordado de estrellas, su figura esbelta, delicada, su cara morena… hermosa…, sus ojos negros de infinita ternura…, su vientre lleno de Gracia…, su dulzura total. Estaba rodeada de esos graciosos Angelitos que llegaron tarde al reparto de cuerpos. No cabía de asombro, de sorpresa, de felicidad, de dicha… ¿Por qué ella…, por qué ella… había sido la elegida? Tenía que correr a decirles a todos en el pueblo, tenía que correr a contarles el Milagro que se había realizado y del que ella podía dar Fe… Todos lo podrían ver y comprobar. Por fin tendrían a alguien que abogara por ellos, por sus carencias, por sus pobrezas, alguien que sí les sanaría el cuerpo y el alma. Alguien que les consolaría y que les compensaría sus pérdidas. Alguien que los escucharía. Alguien que sí sabría perdonarlo todo… Tenía que ir corriendo y, si fuera posible, volando a darles la buena nueva…

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