Autor: L. A. José Luis Hernández Tlapala
Hace ya prácticamente dos años que la vida no es lo que solíamos conocer.
La pandemia por el SARS-CoV-2 (COVID-19) vino a transformar no sólo la salud física de la población de todo el mundo, sino también la salud mental y emocional. Las relaciones familiares, de amistad, sociales y laborales, la economía y la educación, el comercio y el entretenimiento, hasta la fe tuvieron que afrontar un cambio radical a causa de la necesidad de aislarnos, de alejarnos, de temer de la cercanía del prójimo.
La necesidad de protegernos y proteger a los nuestros nos llevó a escondernos tras una mascarilla, a evitar el contacto físico, a encerrarnos en nuestras casas en la medida de lo posible y, si las condiciones lo permitían, a sentarnos frente a la computadora, la tableta o el celular para llevar a cabo nuestras actividades laborales, educativas y sociales desde casa; no todos pudieron hacerlo.
Las primeras noticias sobre el tan temido virus fueron al principio, como en muchas otras situaciones, alejadas de nuestra realidad: se hablaba de que en una ciudad lejana y para muchos de nosotros desconocida, se detectaba una rara enfermedad altamente mortal; los diarios y noticieros empezaban a dar cuenta de casos aislados en diferentes partes del mundo, todavía lejanos a nosotros. Poco a poco esta realidad nos fue cercando, primero se extendió en Oriente, luego invadió Europa, después llegó a Estados Unidos y, de pronto, ya se mencionaba en países de toda América, hasta hacerse presente en nuestro país.
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