ARTICULO

Hígado-Corazón: interacción estrecha

Autores: Dra. Ma. Concepción Gutiérrez Ruiz y Dr. Luis Enrique Gómez Quiroz
Responsable del Laboratorio de Medicina Experimental Unidad de Investigación UNAM-INC/ Instituto Nacional de Ciencias Médicas y Nutrición Salvador Zubirán

Desde hace muchos años se ha establecido una interacción mutua entre el hígado y el corazón. Actualmente, se considera que una falla cardiaca afecta al hígado y que la disfunción hepática afecta al corazón. Kowalski y Abelmann, en 1953, describieron por primera vez el aumento del gasto cardiaco en pacientes con daño hepático, sugiriendo que la dilatación del lecho vascular periférico es responsable del aumento del flujo sanguíneo. Más tarde queda claro que los pacientes con enfermedades hepáticas, en particular cirrosis e hipertensión portal, presentan disfunción cardiaca y circulatoria, gobernada por la vasodilatación arterial periférica y la circulación hiperdinámica. Actualmente, hay innumerables evidencias que sugieren que la alteración de la función hepática y el incremento de la presión venosa hepática llevan al desarrollo de vasodilatación esplénica, hipovolemia central e hiporreactiva, pero hiperdinámica, en un sistema vascular compatible.

El hígado es la víscera más grande del cuerpo humano y ocupa un lugar central en su anatomía. Sus funciones son múltiples y diversas. Además de producir la bilis, el hígado fabrica numerosas proteínas, regula el metabolismo de las grasas y la concentración de glucosa en la sangre, almacena algunas vitaminas, depura la sangre de los gérmenes y es el órgano clave en la biotransformación y eliminación de los fármacos y tóxicos que ingresan a nuestro organismo. Así, puede considerarse al hígado como el gran laboratorio del organismo. Además, posee la capacidad de regenerarse. Entre las múltiples peculiaridades del hígado está la de su riego sanguíneo, ya que es un filtro interpuesto entre el intestino y el resto del organismo. Toda la sangre que procede del tubo digestivo, el páncreas y el bazo confluye en un sólo vaso sanguíneo, la vena porta, la cual desemboca en el hígado, donde la sangre se depura. Esta sangre es venosa, pobre en oxígeno y aunque representa 70% del aporte sanguíneo hepático, debe ser complementada por la sangre que aporta la arteria hepática, rica en oxígeno y en nutrientes elementales. Ambos flujos sanguíneos se juntan y circulan a través de los sinusoides hepáticos, que poco a poco van confluyendo y acaban formando cuatro venas, denominadas venas suprahepáticas, que emergen de la superficie superior del hígado y desembocan en la vena cava inferior poco antes de que ésta lo haga, a su vez, en la aurícula derecha del corazón.

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