ARTICULO

Un buen disco

Autor: Dr. Jorge Gaspar Hernández
Director General del INC

En los años setenta y ochenta, sobre la avenida Insurgentes Sur y a unos pasos de Barranca del Muerto (¡aciago nombrecito para una calle, en el que no reparamos los que vivimos en la Ciudad de México!), había una librería llamada El Ágora. Ésta tenía una aceptable sección de discos de música clásica (las mejores eran Casa Margolín en la calle Córdoba y ProMúsica en Insurgentes Sur, cerca de avenida Baja California). Hablo, desde luego, de la época de los LP, antes de la llegada y desaparición de Tower Records a consecuencia de las ventas en línea y de los formatos MP3, sucesos que tienen moribunda a la oferta de música clásica de las Librerías Gandhi y de Mixup.

Una tarde, allá por 1973, fui al Ágora a buscar “un buen disco”. Empecé con J S Bach, no por ser a quien más escuché desde la infancia, sino por el orden alfabético en que tenían acomodados los LP (de Albéniz no tenían, y menos de Alkan, a quien aún no conocía). De pronto, un increíble sonido de piano llenó el ambiente. Con algo de la instrucción musical que yo tenía, me pareció inverosímil lo que escuchaba: unas maravillosas cascadas de notas que ondulaban con cautivante impulso rítmico sobre envolventes octavas en el bajo. Al cabo de un par de minutos, silencio; y súbitamente, una filigrana de notas cromáticas que ascendían y descendían con claridad diamantina de sonoridad pendular y el mismo férreo control rítmico marcado mayormente por acordes staccato con la mano izquierda (“¡no puede ser!”). Otro silencio y reconocí la bellísima melodía del Estudio Op. 10 no. 3 de Chopin, cuya añoranza oprime el corazón (“¿Quién será que toca de manera tan reveladora y técnicamente inmaculada?”). Me quedé como en trance hasta que terminó esa pieza, al cabo de lo cual dejé el disco con el que, absorto, había quedado entre mis manos, y me dirigí a preguntar por el disco que estábamos escuchando. Chopin.Etudes / Maurizio Pollini, del sello Deutsche Grammophon.

Así fue como di con unos de mis grandes descubrimientos musicales a la tardía edad de 22 años. Por un lado, los Estudios Opus 10 y 25 de Frédéric Chopin; por otro, el pianista italiano Maurizio Pollini.

Te invitamos a continuar con la lectura en la página 6 d Motu Cordis.

 

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