Autora: Ximena Ruiz
Se habían apoderado de mí los demonios, no quería ver a nadie. Comenzó el interrogatorio. Mi lengua era una baldosa con olor, sabor, color a cemento. Articular cada palabra significaba un peso insostenible, tenía que hacerlo, debía esforzarme por describir lo mejor posible, mi vida estaba en juego.
Primero entraron cinco individuos jóvenes: serios y mal encarados. Éstos no son de fiar, pensé. La falta de experiencia en el procedimiento crispó mis nervios, lo había hecho yo tantas veces.
No quise que percibieran en mí algún indicio de soberbia, temía que se ensañaran, así que el respeto en mis respuestas columpió cada palabra, cada gesto. El desgano opacó, como lo hace un sedal, la luz destellante que poco antes emanaba de mi mirada. La seguridad con la que respondí cada cuestionamiento les invitó a regresar, ahora cuatro, disertaron ante el jefe, estoicos a mí alrededor, como si fueran cirios en vela de mi conciencia.
Todos como siempre, erguidos como dioses deambulaban en aquel infierno. Gemidos precedían su ligero paso, su faz indiferente ante el dolor los cegaba, esa actitud no aparataría a la parca, pensé, lo único que conseguían era un ambiente de rechazo, temor y desaliento.
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