Autor: Dr. Ángel Romero Cárdenas
– ¡No te mojes!
– ¡Nooo!
Esa tarde, precisamente en esos momentos, el cielo había decidido vaciar toda su agua. La sierra –con sus montañas y sus barrancas– estaba totalmente cubierta de nubes y las nubes completamente cargadas, rebosadas y desbordadas de fantasías, de sueños…, de magia.
– ¡Que no te mojes!
– ¡Nooo!
Ante tal cantidad de agua –toda junta– cayendo en forma de lluvia fresca, casi fría, Che-pe no podía dejar de disfrutar. Corría para un lado y para el otro, seguía las vías del tren, corría entre los durmientes y no se quería perder ni un solo charco… o arroyo… o río… o mar que la intensa lluvia le ofrecía. Este regalo, no se da todos los días y hay que disfrutarlo.
– ¡Ya te dije que no te mojes!
– ¡Nooo!
Che-pe aprovechaba todos y cada uno de los encharcamientos, por cierto, ya tenía mojados hasta los
calzones. Sus zapatos nuevos estaban pasando bien la prueba de la permeabilidad, por la suela no se les metía el agua, pero por arriba… sí. Qué importa, la sensación de correr con el calzado lleno de agua, brincar sobre los charcos, caminar en las corrientes de agua y no tener un solo pedacito de cuerpo seco, es incomparable.
– ¡Si te sigues mojando te vas a enfermar!
– ¡Nooo!
Correr, brincar, caminar, disfrutar bajo la lluvia es algo que no puede ser platicado, hay que sentirlo… Che-pe no entendía por qué tanta insistencia en que no se mojara, si esto es tan bonito, si vieran lo limpias que traía las manos y la cara. Además, las corrientes de agua que se deslizan a las orillas de las vías del tren son ideales para poner a navegar barcos. Ahí va uno…, qué veloz va, se está alejando, aun corriendo rápido Che-pe no lo alcanza…, está a punto de entrar en un remolino y no sabemos qué le pasará a sus ocupantes.
Sigue leyendo más, en la página 20 de Motu Cordis.