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¿Por qué me alejé del bully?

¡En algún momento… todos somos Bully! Le dijeron los niños a la maestra.

Fotografía: Ángel Romero Cárdenas

Cuando iba en cuarto año de primaria tuve un contacto de primer orden con lo que ahora se llama bullying. Estaba en el turno vespertino. El maestro Prisciliano era un hombre obeso, cansado, que enseñaba poco y faltaba mucho. Tal vez estaba enfermo. Su ocupación prioritaria era acudir a marchas y manifestaciones. La enseñanza a sus alumnos pasaba a un segundo o tercer plano.

A los diez años uno se puede sentir la cereza del pastel, el ombligo del mundo y el más entrón. Teníamos un compañero que se apellidaba Bedoya. No me caía bien porque se apellidaba Bedoya y en ese tiempo había un luchador y también un artista que se conocían como “El Indio Bedoya”. Si alguien piensa que eso es discriminación y racismo…, así es: eso es discriminación y racismo. Bedoya era un niño flaquito, estudioso y bien portado. No molestaba a nadie, hacía su tarea, sabía leer rápido y con buena dicción. Se tomaba su merienda por la tarde. Entrábamos a las 13 horas y salíamos a las 6 de la tarde.

Como a mí Bedoya me caía mal, lo molestaba. Un día decidí que era el momento de darle una lección, una buena golpiza. Lo reté para una pelea a mano limpia, al terminar las clases de ese día. Los combates los realizábamos en un terreno baldío, adyacente a una barda de la escuela. No había nada, ni nadie y podíamos pelear muy a nuestro gusto. Empecé a hacer promoción, invitando a todos los compañeros del grupo a la pelea y golpiza que yo le daría a Bedoya. El bien portado Bedoya, trataba de disuadirme. No le gustaba pelear y menos conmigo. Pero yo insistí en molestarlo, en retarlo y en hacer publicidad del singular combate, en el que golpearía a Bedoya. Todo porque no me gustaba su apellido.

Te invitamos a continuar con la lectura en la página 12 d Motu Cordis

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