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El Árbol de Navidad en el INC

Autor: L. A. José Luis Hernández Tlapala
Adscrito a la Subdirección de Planeación

La Navidad es una de las más hermosas épocas del año prácticamente en todo el mundo. La tradición católica la refiere al nacimiento de Jesús, el Salvador, y nos remite a momentos de amor, de unión, de esperanza, de dar y recibir, siendo en el primero de estos actos en el que se hace vida precisamente la enseñanza de la venida al mundo de quien más tarde daría la más grande muestra de amor: dar la vida por el prójimo, curiosamente, en una cruz hecha de un árbol.

Uno de los símbolos más representativos de esta temporada es el árbol de Navidad, el cual, de hecho, no tiene su origen en la tradición católica, sino que fue adaptado de la cultura celta, cuyo pueblo decoraba robles con frutas y velas durante los solsticios de invierno en honor a Thor u Odín. Era una forma de reanimar el árbol y asegurar el regreso del sol y de la vegetación. Desde tiempos inmemoriales, el árbol ha sido un símbolo de la fertilidad y de la regeneración.

Alrededor del año 740, San Bonifacio (evangelizador de Alemania e Inglaterra), derribó ese roble y lo reemplazó por un pino, el símbolo del amor eterno de Dios, ya que “representa la vida eterna porque sus hojas siempre están verdes” y porque su copa “señala al cielo”. Este árbol fue adornado con manzanas (que para los cristianos representan las tentaciones) y velas (que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina). Al ser una especie perenne, el pino es el símbolo de la vida eterna. Además, su forma de triángulo representa a la Santísima Trinidad.

En la Edad Media, esta costumbre se expandió en todo el viejo mundo y, luego de la conquista, llegó a América. Al paso de los años las manzanas y las velas fueron sustituidas por las, ahora tradicionales, esferas y luces de colores. Con el tiempo se agregaron los elementos que son indispensables.

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