Autora: Ana María Reza Bravo
Cómo compartir en unas cuartillas tantos años de vivencias con personas que he conocido en el albergue desde que me fue encomendada esta actividad tan humana y sensible; este espacio representa un punto de la vida donde se entrelazan muchas historias de familias que han enfrentado en el pasado y en el presente una situación en común, son momentos transitorios con experiencias inolvidables y diferentes desenlaces. Este espacio es un reflejo de humanismo institucional con gran valor social, considerando que en la convivencia diaria me toca interactuar con un vínculo importante del paciente: su familia. Es un lugar que permite fomentar el intercambio cultural y un gran respeto a la diversidad.
Con el paso del tiempo los albergados se llegan a ver como una gran familia, puedan fraternizar y apoyarse moralmente entre sí cuando la situación lo amerite. De esta manera, puedo ser testigo de la alegría expresada por el familiar que regresa a casa con su paciente gozando de una mejor condición de salud; después de varios días de lucha incansable, sumergidos en una angustia en terapia intensiva o servicio de hospitalización, días que parecían no terminar cargados de miedos, preocupaciones y tristezas. Es común que el grupo se solidarice en momentos de una lamentable pérdida humana; en la convivencia diaria y conocerlos en un nivel más personal es doloroso verlos partir de regreso a su lugar de origen sin su paciente, sólo con la profunda pena y el alma hecha pedazos ante la desolación. En su mayoría, las personas son muy agradecidas por este servicio que proporciona la institución,el cual denominan su “segunda casa”. Para ellos la tranquilidad es mayor cuando retornan a casa y saben que cuentan con un lugar al cual podrán acudir cuando sea el momento de regresar a la institución.
Te invitamos a leer más del artículo en la nueva Edición de Motu Cordis, páginas 16 y 17.