Autor: L. A. José Luis Hernández Tlapala
Las instituciones están conformadas por seres humanos y están en constante transformación, de hecho, surgen en un momento histórico determinado, se desarrollan y, eventualmente, se transforman o desaparecen. Esto nos permite hacer la analogía con cualquier ser vivo.
Así, en un momento de nuestra vida fuimos cuestionados con la clásica pregunta: “¿Qué quieres ser de grande…?”. Las respuestas siempre eran variadas, algunas hasta “descabelladas”: ingeniero, abogado, médico, astronauta, torero… Ahora, la respuesta puede ser: youtuber, en el mejor de los casos…
Al pensar de pequeños lo que queríamos ser de grandes, sin saberlo llevábamos a cabo un proceso mental para imaginar cuál podría ser nuestra misión en la vida, lo que indudablemente implicaba un sueño, una visión. Este proceso se vería influido por el contexto en que crecimos: familiar, social, cultural y, consecuentemente, por sus valores.
A lo largo de la historia, diversas filosofías han sustentado a las diferentes culturas del mundo, rigiendo nuestro comportamiento como seres humanos, como miembros de una sociedad y también de las organizaciones y las instituciones, públicas y privadas, que integran los sistemas sociales.
En el caso de las instituciones, la filosofía manifiesta los principios y valores que ellas profesan, por lo que constituye el fundamento ideológico y las bases doctrinales que sustentan su ser o identidad y con base en los cuales se desarrolla su gestión.
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