ARTICULO

¡Buen provecho!

Autor: Dr. Alberto Lifshitz
Médico internista y escritor

La fórmula de etiqueta que aconseja desear “buen provecho” a quien está comiendo o bebiendo, o se dispone a hacerlo, parece una cortesía obligada de las personas “bien educadas”. La costumbre data de la España de los moros y parece significar, desde luego, buenos deseos. Pero si se profundiza en su significado, esta práctica puede no ser tan conveniente.

El “provecho” es beneficio y utilidad, pero es también el eructo de un lactante, el que suelen provocar las madres, después de alimentarlo, mediante palmadas en la espalda; lograr que expulsen gas por la boca les da esperanza de que no lo deglutan y les provoque después dolor abdominal tipo cólico. El término se extiende hacia el eructo de los adultos, en cuyo caso la recomendación de “buen provecho” se convierte en un deseo de que, después de comer logres eructar (porque sería una prueba de que te hizo provecho la comida). “Que eructes satisfecho” puede querer decir. Cuando eructan se suele repetir el “buen provecho” o simplemente “provecho”. Si por el afán de halagar al comensal se le promueve el eructo, más que recomendarle una buena comida conviene capacitarlo en el arte de la aerofagia: comer rápido, hablar mientras se come, masticar chicle o ingerir gaseosas; con esto se logran profundos, ruidosos y placenteros eructos. En algunas civilizaciones los eructos son bien vistos, como muestra de satisfacción por el comer, pero en la mayoría de las culturas occidentales son de mal gusto, al grado que los eructadores se disculpan.

Cuando alguien está comiendo y le desean buen provecho, la etiqueta obliga a contestar de inmediato “gracias” y a romper otra regla que es la de no hablar con la boca llena.

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