Autor: Dr. Jorge Gaspar Hernández
Director General del INC
Futbolero, futbolero, lo que se dice futbolero, no soy.
Claro, de chiquillo me divertía jugar futbol en la escuela, echar “cascarita” con los vecinos, y años después jugar futbolito entre los médicos residentes del I. N. Nutrición en nuestra estimada cancha (media cancha en realidad), la que fue aniquilada por la torre construida frente a la calle Martín de la Cruz. Pero mis mejores recuerdos de “jugar fut” son aquellos con mi hijo en su niñez y adolescencia, porque ver su alegría al exclamar “¡te gané Pa!” era mi alegría.
Antes, mi afición por el futbol había aumentado cuando mi amigo Rafael Hurtado fue nombrado médico de los Pumas. A invitación suya tuve la oportunidad de estar en varios juegos a nivel de cancha: en CU y en el estadio Azteca (este último era impresionante desde esa perspectiva). De aquella época recuerdo al “Blandito” Zanabria, al “Camarón” Iturralde, a Bora Milutinovic y a Mejía Barón. Eran los tiempos cuando se hacía referencia a la selección mexicana como los ratoncitos verdes, no tanto por su estatura como por su juego débil y poco contundente comparado con los europeos o los dos grandes del Cono Sur. Pero con los Pumas atestigüé el esfuerzo desplegado por los jugadores y los tremendos golpes que se llegaban a dar disputando balones. Y en el medio tiempo, mientras recobraban el aire, se rehidrataban con naranjas partidas por la mitad que los ayudantes llevaban en cubetas mientras el director técnico les repartía una regañiza por esto o por aquello. A la par, un asistente gritaba a quien veía con las rodillas flexionadas “¡No dobles las rodillas!” y le propinaba una patada tenue en el talón para extenderle la pierna.
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