Autor: Dr. Ángel Romero Cárdenas
Durante su primera infancia, la tradición familiar le hacía rezar todas las noches… Pedía por todos y una vez que había terminado la lista de peticiones, venía la más importante: “¡Quiero volar…!”. A partir de entonces, todas las mañanas se contemplaba la espalda en el espejo…, para ver si ya le habían brotado sus alas.
Durante su primera adolescencia se inscribió en un curso intensivo de paracaidismo deportivo… El entrenamiento era verdaderamente intenso, adquirió gran fortaleza física, flexibilidad y agilidad… Su objetivo era muy preciso: “¡Quiero volar…!”. El mismo día que realizaría el primer salto desde el avión… recibió la tajante orden paterna: “No” … Pero, nada la detendría.
Durante su primera juventud adquirió la rara cualidad de moverse en forma sutil, volátil y etérea… Desarrolló esa sensual forma de desplazarse y caminar… “sin tocar el piso”… Equilibrio perfecto entre el balanceo de hombros y caderas… A partir de entonces nunca lo perdió y con el paso del tiempo… lo corrigió y aumentó… ¡Quería volar!
Siempre le ha agradecido a su madre que le enseñara a diluirse en el agua, con la mayor naturalidad… La señora lo hacía como una verdadera sirena y de ella heredó su gusto por nadar… Pero su verdadera vocación era volar y prefirió los clavados. Prefirió volar en esos instantes efímeros, fugaces pero muy intensos. Momentos que le exigen su mayor concentración y el más alto grado de precisión. Fracciones de vida que ponen a prueba su audacia, arrojo y su inmensa autoestima… ¡Le sobra valor!… Una vez en el vacío… todo es volar. Ni los rebotadores trampolines, ni las rígidas plataformas tienen secretos para ella… Se aproxima y se presenta… Se impulsa y despega… Se eleva… Flota… Se suspende en el aire… Se precipita en caída libre… Ejecuta acrobacias, giros, rizos y espirales… con enorme grado de dificultad, pero con inmensa gracia… y prepara la entrada de su cuerpo, en la sólida liquidez del agua, con un ángulo de 90 grados… Todo sucede en menos de lo que dura un suspiro.
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