La celiaquía ha sido tradicionalmente definida como una intolerancia al gluten permanente, pero actualmente se define como un trastorno sistémico de base inmunológica, causado por la ingesta de gluten y otras proteínas afines, que afecta a individuos predispuestos genéticamente.
El gluten es una proteína que se encuentra en los granos como el trigo, cebada, centeno, espelta o triticale (híbrido sintético de trigo y centeno).
La celiaquía provoca una lesión inflamatoria tras el contacto de la mucosa intestinal con determinados péptidos del gluten, que en ocasiones puede desencadenar un problema de mala absorción de nutrientes, lo que a su vez da lugar a déficits de minerales como el hierro o el calcio.
La edad más frecuente de inicio de los síntomas es entre los 9 meses y los 2 años tras el inicio de la ingesta de gluten. La enfermedad se puede presentar inicialmente con diarrea, heces voluminosas, dolor abdominal y debilidad muscular.
El único tratamiento para la celiaquía es la dieta sin gluten estricta y de por vida, ya que la celiaquía es una enfermedad crónica que no se cura pero que sí se controla con esta dieta. Esto no significa dejar de consumir cereales, sino consumir cereales sin gluten y muchos otros alimentos que de manera natural no llevan gluten y aquellos que están certificados sin gluten.
Es importante saber que la celiaquía sólo se desarrolla en individuos con predisposición genética, es decir, es necesario tener una genética compatible con enfermedad celiaca para poder llegar a desarrollarla. Sin embargo, una persona con genética positiva significa que tiene el riesgo de desarrollarla y sólo sirven para descartarlo en caso de que ésta sea negativo.