Antiguas civilizaciones del Mediterráneo oriental usaron el higo mucho antes de que llegara a Europa. Probablemente su cultivo se inició en Arabia meridional desde donde se extendió al resto de países. El higo era conocido en Egipto con el nombre de ‘teb’, e incluso se han encontrado referencias a estos frutos en las pirámides de Giza. También se han encontrado higos fósiles en Francia e Italia. Posiblemente los fenicios fueron quienes difundieron el cultivo de la higuera en Chipre, Sicilia, Malta, Córcega, islas Baleares, península Ibérica, Francia. Los griegos llevaron el fruto a Palestina y Asia Menor.
Los higos son de piel suave, pulpa melosa y con un toque crujiente en sus semillas, los higos son suculentos y muy nutritivos: proporcionan energía, minerales y fibra.
Por su composición, los higos atesoran muchas propiedades beneficiosas para nuestro organismo, por ser una fruta tan dulce y jugosa puede parecer que el higo tiene muchas calorías, sin embargo, si se consume fresco su aporte calórico no es elevado (74 calorías en 100 gramos de higos frescos o 249 calorías en la misma cantidad de higos secos), y su porcentaje de grasas y proteínas es mínimo.
Además de energía, los higos aportan mucha fibra, y minerales como el calcio y el magnesio, especialmente concentrados en el higo seco. El valor nutritivo de los higos cambia en función de si se consumen frescos o secos. En los secos, los valores nutritivos se multiplican por tres debido a la pérdida de agua.
Los higos maduran desde final de julio hasta noviembre, aunque la mejor temporada es a final de verano.
En la actualidad, los principales productores de higos son Turquía, Egipto, Grecia, Marruecos y España (principalmente Huesca, Lérida, Ávila, Cáceres, Murcia o Alicante). Existen más de 700 variedades de higueras en todo el mundo, de las cuales unas 300 se cultivan para consumo humano.