Paciente: Eduardo Javier Yáñez
Los círculos familiares y redes de apoyo en nuestras vidas se tornan imprescindibles cuando enfrentamos dificultades de diferentes índoles, pueden representar el motor que nos impulse a salir adelante y darnos la motivación necesaria para responder ante las adversidades.
En los contextos hospitalarios cada paciente puede encontrar su motivación para enfrentar este entorno. Eduardo voluntariamente dejó plasmada su experiencia y los recursos que encontró para entender y tomar esta experiencia lo más positiva, además de expresar en su relatoría factores institucionales importantes que contribuyeron a lograrlo, pero lo más importante nos permitió compartirla…
Mi nombre es Eduardo, tengo 25 años de edad y soy ingeniero mecánico, mi problema de salud fue insuficiencia aórtica, en mi valoración médica por consulta externa del día 22 de mayo del 2018 me dieron cita para programación a cirugía, ese día recuerdo que llegaron los médicos cirujanos al consultorio y el Dr. Humberto Martínez me dijo: ¡Que tal Eduardo! Mañana podemos programar tu cirugía, ¿te puedes internar hoy? En ese momento mi reacción fue de shock no podía decir una palabra, ¡no sabía en ese momento lo que sentía!.
Mi papá con voz segura le dijo al Doctor ¡Claro! Y ese mismo día iniciamos los trámites de ingreso al 7° piso. Nunca había estado internado en un hospital, todo era nuevo para mí, recuerdo que me bañaron y después cené; me sentía más tranquilo y lo primero que quise hacer fue una video-llamada a mi hija de 4 años. Le marqué y su primer comentario fue “qué bien papá, ya te van a arreglar tu corazón”, esas fueron las palabras más motivantes que jamás haya tenido.
El día 23 de mayo, después de otro baño a las 6 de la mañana, mis papás ya estaban presentes en el servicio, vi a mi padre muy seguro y a mi madre con los ojos rojos; inmediatamente llegó el camillero y nos trasladó en silla de ruedas a otro paciente y mí a cirugía. Todo seguía siendo nuevo para mí, cuando llegamos al servicio detuvieron a mis padres en una salita de espera y a mí me trasladaron a las salas de cirugía y me subieron a una camilla. Todo el personal se presentó y me dijeron su cargo en el quirófano; después me trasladaron a otra sala donde me operarían, observaba la sala y veía todo muy moderno, con máquinas sofisticadas y eso me dio mucha confianza, ya que soy egresado de ingeniero en mecánica y eso es lo que veo literalmente “puras máquinas”. Enseguida vi a los anestesiólogos que conocí el día anterior y me explicaron todos los riesgos. ¡Ahora sí viene lo bueno! pensé en ese momento, mientras me explicaban lo que me estaban poniendo, yo permanecía con la mirada fija en el techo y un poco deslumbrado por las lámparas del quirófano en forma de panal de abejas hasta que la anestesia hizo efecto y me quedé dormido.
Me despertó la voz de mi anestesiólogo llamándome por mi nombre ¡Eduardo! Y nuevamente vi las luces en forma de panal; ahí me di cuenta de que ya había terminado la cirugía y me quedé dormido nuevamente, supongo que aún seguían con los efectos de la anestesia. Cuando desperté ya estaba en terapia intensiva vi a mis padres y sentí que cada uno tocaba fuertemente mis manos, platicamos poco porque me quedaba dormido, tenía mucho sueño y no lograba mantener los ojos abiertos. Cuando desperté ya no se encontraban mis padres, fue ahí cuando comenzó lo más complicado, hice conciencia de lo que me había hecho, veía mi cuerpo con cables y mangueras por todos lados y un sonido de una máquina bastante frustrante, ya que no sabía para qué servía
y solo lo escuchaba conforme latía mi corazón.
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